Srebrenica, la vergüenza de Europa
Las viudas de Srebrenica
Conferencia en Donostia
Hatida Mehmedovic y Hajra Catic, ayer, en Donostia.
¡V E con tu padre y tu hermano, y no mires hacia atrás!". La mujer le implora al pequeño de la saga que se adentre en el bosque y trate de sortear el cerco de las tropas serbias. Pero Almir Hehmedovic se abraza a su madre, no lo tiene ni mucho menos claro. Trata de seguir aferrado a un calor familiar que tiene las horas contadas.
Los tres desaparecieron para siempre aquel horrendo mes de julio de 1995, bajo el silbido de los obuses y la metralla. "Ahí comenzó mi despedida. Ellos se iban, mi marido Abdoulah, Azmir, el hijo mayor, y Almir, el pequeño, quien incluso llegó a taparse los ojos para no tener la tentación de seguir mis pasos", relataba ayer a este periódico Hatida Mehmedovic, testigo directo de una tragedia que acabó con la vida de toda su familia. El relato de esta viuda de pelo cano estremece. Su mirada parece vagar sin rumbo por la nebulosa de aquel genocidio, donde fueron asesinados más de 8.000 varones bosnios en la región de Srebrenica, en julio de 1995, durante la cruenta contienda.
No es un caso excepcional. Muchas mujeres como ella perdieron a la vez a sus maridos, hermanos, padres e hijos. "Todas pensábamos en aquel momento que la despedida sería temporal, pero no fue así", lloraba Mehmedovic, presidenta de la Asociación de Madres de Srebrenica. Hoy, a las 19.30 horas en el Hotel Londres de Donostia, ofrece una conferencia junto a Haijara Catic, cabeza visible de otra agrupación surgida tras la barbarie. Ambas han sido invitadas por la Fundación Idi Ezkerra y Sos Balkanes.
UNA "ZONA SEGURA"
La traición de los Cascos Azules
Los hechos de Srebrenica revisten una doble gravedad, puesto que el enclave había sido declarado "zona segura" por Naciones Unidas. El desarme de la ciudad y la defensa fue confiada a los Cascos Azules holandeses, pero no cumplieron su cometido. Ante el riesgo que corrían sus propias si se enfrentaban a las fuerzas de Maldic -máximo general servobosnio que dirigió la masacre, hoy todavía prófugo- no solo no protegieron a la población sino que colaboraron en la separación de los hombres, lo que sin duda fue la antesala de la ejecución.
Durante todos estos años, Hatida se ha aferrado al recuerdo de los suyos, tomando en sus manos los juguetes y los libros que dejaron sus hijos en la habitación de casa poco antes de marchar al bosque. "Si no fuera por estos objetos, casi llegaría a pensar que jamás existieron mis propios hijos", admitía la mujer, que se ha pasado más de una década sin poder iniciar el duelo por la inexistencia de rastro humano alguno.
Durante este tiempo ha soñado un día sí y otro también con su familia. Son pesadillas en las que se manifiestan sus dos hijos, y ella les pregunta todas las noches si realmente están ahí. Aunque siempre responden que sí, cada vez que se despierta, el sueño se desvanece. Así un día tras otro.
No tuvo más noticias de ninguno de ellos hasta el 13 de noviembre de 2007, cuando de pronto sonó el teléfono . Al parecer, habían encontrado restos de un familiar. "Me quedé como ciega, como si se hubiera cernido una sombra oscura alrededor", reconocía. Tuvo suerte porque el cuerpo apareció entero, un hallazgo nada habitual debido al sistemático intento de las tropas serbias por borrar toda huella del horror repartiendo los restos de los cadáveres en varias fosas. Lo primero que hizo fue preguntar si se trataba del hijo pequeño o el mayor, pero no obtuvo respuesta. Poco después volvió a sonar el teléfono. Se trataba de un nuevo hallazgo. "En esta ocasión era mi marido, del que aparecieron tres huesos repartidos en diferentes fosas", explicaba la mujer.
Ahora sólo desea encontrar el cuerpo de su otro hijo, para poder determinar quién es quién, y "completar" el cadáver de su marido para darle sepultura. De la lista de 8.214 desaparecidos, sólo se han podido enterrar 3.214 cadáveres debidamente identificados.
Hajra Catic, que acompaña a Mehmedovic estos días en Donostia, también llora a los suyos. Entre esos cuerpos se encuentran su marido, Juznuz, y su hijo Nino, periodista de incansable actividad durante la contienda, de quien mantiene imborrable el recuerdo de la última vez que compartieron sus vidas. "Era el 11 de julio de 1995, mi hijo no paraba de mandar mensajes. El día anterior lo había dicho claramente: si alguien no nos ayuda, será la última vez que hable a través de la radio", confesó. Y así fue.
Al día siguiente mantuvo un breve encuentro con su madre. Le abrazó, lloró junto a ella, y le dijo que no se preocupara, que se adentraría hacia el bosque con unos amigos. "¡Nos vemos en Tuzla!", le gritó en la despedida.
Hajra Catic se quedó unos días más junto a su marido enfermo. Ambos tenían la intención de abandonar Srebrenica, y cuando estaban dispuestos a hacerlo cogiendo el autobús, los Chetniks (miembros de la organización guerrillera nacionalista y monárquica serbia) dieron el alto a su marido. Su cuerpo sin vida apareció en 2005. Fue identificado gracias el cinturón que portaba, que se lo había hecho su mujer para mitigar los dolores que padecía por su afección de riñón.