Srebrenica, la vergüenza de Europa

Srebrenica, la vergüenza de Europa

Joaquim Aloy

En el transcurso de la guerra de Bosnia (1992-1995) llegó un momento en el que casi ya no nos sorprendía nada de la actitud de las potencias occidentales en relación al conflicto. Era exasperante constatar día a día las dudas, las flaquezas y la indiferencia de Europa. Era exasperante observar las manipulaciones informativas, las complicidades, el papel tristísimo de algunos diplomáticos haciendo el juego a los capitostes serbios, la constatación de que los políticos occidentales estaban más preocupados por los votos que pudieran perder -en caso que muriera algún soldado de los suyos- que no por salvar las vidas de la población civil bosnia. Todo esto nos abocaba a un pesimismo profundo sobre el presente y el futuro de Bosnia en particular y de la condición humana en general. Al mismo tiempo nos provocaba un sentimiento de indignación y de rabia, hasta el punto de llegar a sentir vergüenza de formar parte de la Unión Europea y de su utilidad como tal.

 

¿Pero que no veían que aquello iba a ser una carnicería?

Y, aun así, creo que poca gente se podía imaginar que se llegaría al extremo incalificable de dejar entrar a los tchetniks serbios en Srebrenica, que había sido declarada zona de protección por las Naciones Unidas. A pesar de todo, creíamos que no permitirían aquella barbaridad, que lo pararían como fuera. ¿Pero que no veían que aquello iba a ser una carnicería? ¿Cómo era posible que no se hiciera nada para evitarlo?

Y, efectivamente, fue una masacre, la peor cometida en Europa desde la II Guerra Mundial. Fue el 11 de julio de 1995. Miles de personas que habían confiado en la ONU, en la protección que la misma ONU les había garantizado, fueron asesinadas; una infinidad de familias destruidas… Hasta ahora se han encontrado unos 3.000 cadáveres. Se calcula que unas 7.000 personas más desaparecieron. Pocos días después, los serbios ocupaban Zepa, otro enclave protegido. 

Los habitantes de Srebrenica ya tuvieron que soportar estoicamente durante mucho tiempo el asedio serbio, los bombardeos incesantes y las restricciones de agua y comida. Srebrenica fue un infierno para aquella población desesperada. Desde abril de 1992 hasta mayo de 1993 ya habían muerto 3.000 niños por hambre y enfermedades. Finalmente fue declarada zona de protección por las Naciones Unidas, hecho que obligó a los habitantes de Srebrenica a librar las armas, a cambio de garantizarles su defensa y seguridad personales. Pero en aquella fecha nefasta del 11 de julio de 1995 la ONU -que representa la comunidad internacional- traicionó a los bosnios y no les protegió. Así, los serbios pudieron entrar en la ciudad y llevarse y ejecutar a sangre fría los hombres y los jóvenes de más de 13 años.

 

Europa podía haber evitado la masacre

Uno de los hechos más dolorosos de la matanza de Srebrenica -y, por extensión, la guerra de Bosnia- es constatar que se podía haber evitado. Sólo hacía falta que Europa no abdicara de su compromiso de defender los valores cívicos fundamentales, los derechos básicos de la persona, los derechos plurales multiétnicos. Pero la Europa que hacía 50 años -frente el descubrimiento de los campos de exterminio de Auschwitz, Mauthausen, Gusen…- se había conjurado a no permitir “nunca más” el horror nazi, no movió ni un dedo para evitar el horror de Srebrenica.

Durante 3 años, el ejército y las milicias serbias habían arrasado mezquitas, escuelas, casas y todo rastro de patrimonio cultural en la Bosnia ocupada. Habían bombardeado, asesinado, violado sistemáticamente…, obedeciendo las consignas de un plan de limpieza étnica minuciosamente preparado y apoyado por el gobierno de Serbia (entonces Yugoslavia), presidido por Slobodan Milosevic. Todo eso ya había producido más de 200.000 muertos y más de 2.000.000 de personas desplazadas. Los extremos de crueldad a que llegaron son indescriptibles.

A pesar que eso pasaba delante los ojos del mundo entero, Europa continuaba lavándose las manos. Ni tan solo pensaron seriamente en aprobar medidas contundentes contra Belgrado (corte de fluido eléctrico, aislamiento absoluto…) y, en última instancia, la intervención armada, que parecía ser el único lenguaje que los tchetniks entendían. La pasividad internacional aplanó el camino hacia la ocupación, hacia la brutalidad, hacia las ejecuciones sumarias. 

Los políticos europeos se justificaban hablándonos de razones históricas ancestrales, de guerra salvaje entre los dos bandos, de los peligros de la intervención, de que ya hacían bastante con los planes de ayuda humanitaria y el despliegue de una fuerza de pacificación. ¿Por qué no reconocían públicamente que aquello era un auténtico genocidio? ¿Por qué no hicieron nada para impedirlo? ¿Por qué el Gobierno español dimitió de las responsabilidades que le pertenecían cuando desde el 1 de julio de 1995 era, precisamente, España quien presidía la UE? ¿Cómo pudimos dejar solos frente la barbarie a los habitantes de Srebrenica y Zepa?

 

Imposible ser neutral

Durante 3 años el silencio de la intelectualidad europea -salvo de honrosas excepciones, como la de Juan Goytisolo- daba pavor. ¿Dónde estaba su compromiso político, su combate en la defensa de la dignidad humana? Muchos sectores no se daban cuenta de la necesidad imperiosa de tomar partido y que delante del fascismo no valen excusas ni matices. En definitiva, que no se podía ser neutral delante de aquella aniquilación programada de la población de Bosnia y que los partidos políticos, los sindicatos, la sociedad cívica, todos nosotros habíamos de anteponer antes que nada, en los temas del día a día, la necesidad de parar el exterminio de los bosnios. ¿Por qué hubo tantos silencios, tanta indiferencia?

La sociedad misma no se movilizó hasta después de la caída de Srebrenica. Finalmente, a distintos lugares de Europa se produjeron movilizaciones de protesta. El 21 de julio en Barcelona se reunieron miles de personas. Y esta reacción de la sociedad civil posiblemente sirvió para poner en evidencia la distancia entre algunos políticos y una parte de la sociedad y, quizás, para ayudar a abrir los ojos a los gobernantes y hacerlos tomar, definitivamente, cartas en el asunto. Por otra parte, finalmente fueron los EUA de Bill Clinton quienes tuvieron que llevar la iniciativa de una intervención decisiva, que finalmente paró la barbarie, cuando anteriormente la diplomacia americana había definido los Balcanes como “el patio de atrás de Europa”.

 

Recordar y ayudar a los supervivientes

La matanza de Srebrenica irá asociada para siempre a una Europa acobardada, insensible e insolidaria que dejó desprotegida la población frente aquellos criminales de guerra y que no salió a defender las libertades individuales y nacionales.

Bosnia no podrá perdonar nunca nuestra inhibición. Pero si hay alguna posibilidad de hacer menos doloroso el mal causado es la de asumir nuestras responsabilidades, no olvidar a los supervivientes e intentar ayudarlos. ¿Cómo?

  • Pensar en aquellas familias que quedaron gravemente traumatizadas, deshechas, con su mundo interior destruido… ofreciéndoles el apoyo y la solidaridad.
     
  • Exigir muchas más inversiones en la reconstrucción del país, en escuelas, en viviendas, en industrias…, ayudar a construir el futuro de aquella gente desesperanzada. En esta misma línea, potenciar las iniciativas de colaboración con los municipios de Bosnia (a través de ayuntamientos, entidades, escuelas…) que ya se están llevando a cabo desde hace tiempo. Fortalecer y ensanchar los lazos de solidaridad con Bosnia, el hermanamiento entre ciudades.
     
  • Exigir que las personas que quieran puedan regresar a Srebrenica, vivir en la ciudad y enterrar los cadáveres de los parientes y amigos localizados.
     
  • Exigir una intensa investigación de los hechos y buscar los cuerpos de la gente desaparecida.
     
  • Reclamar una acción decidida para capturar y juzgar a los culpables directos de la masacre y todos los que ayudaron a cometer este crimen monstruoso. Es un escarnio que tantos años después algunos todavía no hayan sido detenidos.

 

 

Nunca más otra Srebrenica

El nombre de Srebrenica va asociado al hecho más vergonzoso de la historia reciente de Europa. Aun así, puede que aún podamos conseguir que la evocación de su nombre nos sirva también para recordar, para reflexionar, para denunciar, para reconocer nuestras culpabilidades, para reafirmar los principios básicos de la convivencia, para fortalecer una conciencia cívica activa, para no resignarnos a según qué actitudes y decisiones de la clase política, para mentalizarnos del papel fundamental que -a pesar de todo- a menudo puede ejercer la sociedad civil frente las injusticias, para condenar y erradicar los brotes del fascismo, la xenofobia y la intolerancia... Para que nunca más no pueda volver a ser posible -ni de lejos- una aberración, una claudicación, una ignominia, un crimen como el que ocurrió el verano de 1995 en Srebrenica.