El primer franquisme a Manresa en un clic (1939-1959)
Sindicalismo y movimiento obrero
Texto introductorio
El franquismo suprimió también todos los sindicatos y asociaciones que defendían los derechos de la clase trabajadora. Por consiguiente, la libertad sindical dejó de existir. En su lugar el gobierno creó el sucedáneo del llamado sindicato vertical: es decir, la Central Nacional Sindicalista (CNS) que, teóricamente, agrupaba a empresarios y obreros pero, en la práctica, bajo la jerarquía de las autoridades gubernativas, las cuales tenían siempre la última palabra. Falange fue la impulsora de este sindicalismo oficial, inspirado en el modelo fascista de la Italia de Mussolini.
A través de los medios de comunicación, también bajo control gubernamental —como es el caso del periódico Manresa—, el régimen pregonaba las supuestas virtudes de este sistema: “los antiguos sindicatos, políticos más que sociales, eran de partido [...] de ellos no podía surgir otra cosa que el encontramiento [...]. Y en mitad de esta pugna insensata, que trajo la ruina sangrienta de una guerra civil [...] El Sindicalismo nacional preconizado por la Falange repudia la lucha de clases y frente a la concepción liberal o marxista del sindicato que divide, implantó el sindicato que unifica”. Según la propaganda oficial, tan perfecto era este único sindicalismo permitido que, incluso, suprimió el concepto de trabajadores (y similares) por el eufemismo de productores.
En realidad, toda esta literatura quería ocultar las penosas condiciones de vida de la clase obrera durante la posguerra: sueldos bajos, familias empobrecidas, condiciones de trabajo precarias, seguridad mínima... Además, en el marco de los racionamientos de los productos de primera necesidad, los cortes y las restricciones eléctricas comportaban frecuentes paros en las fábricas e industrias de toda clase. Por lo tanto, el proceso productivo quedaba parado durante horas o incluso días enteros. Lo que significaba un evidente perjuicio para la economía del país, pero también para los bolsillos de los trabajadores, puesto que esas horas perdidas no las cobraban, con lo cual los sueldos eran todavía más exiguos.
El falso sindicalismo del régimen no daba soluciones a esta problemática real. Luego no nos debe resultar extraño que pese a la enorme represión y el peligro que comportaba para quien las protagonizase, se produjeran protestas, manifestaciones e incluso huelgas de una clase obrera que luchaba por mejorar su situación. Por ejemplo, las que se iniciaron en la Fábrica Nueva en 1946 y las que también tuvieron lugar en las factorías textiles de la ciudad en los años 1948 y 1951, de las cuales el Ayuntamiento debió pagar el gasto que conllevó el desplazamiento y alojamiento de los cuerpos policiales que acudieron a reprimirlas.